«Quiero Irme de Chile y no volver»…esta ha sido la provocación que más me ha impresionado en el 2019 y que recibí de una decena de jóvenes de 16/17 años en vísperas del estallido social.
Me quedé con esos rostros y sus preguntas inexpresadas ante el temor de no encontrar espacio para ellas en su propio país, y, por otro lado, “custodio” como tarea su desprecio a lo que han recibido. El Meeting de Rimini ha subrayado estos días que la peor pandemia es la desesperanza de los jóvenes en los adultos. ¿Cómo aprender de sus temores y acompañarlos en sus preguntas?
1- el temor: ¿evasión o crítica?
Hemos asistido mudos a la amplificación de los miedos en desconfianzas hasta llegar a la violencia como método de protesta y de gestión de expectativas. Desde los medios de comunicación hasta la escuela y la política …el ADN de la novedad ha sido dominada por un itinerario funesto: pasar de la indignación, la desconfianza a la violencia, saltándose la crítica como expresión de un verdadero liderazgo. Hace noticia solo el límite del otro, institución pública o privada, sin reparar en el valor de la crítica que es lo que fortalece al sujeto que la genera y que colabora a un contexto de positividad. La crítica y el diálogo como la experiencia de «examinarlo todo y quedarse con lo bueno» está radicalmente ausente. Sin el recurso de la crítica, la violencia y la desconfianza no alcanza a interrogar el temor de las personas. Recientemente un joven de 14 años después de hacer una apología del suicidio se corta los brazos en redes sociales, y los ejemplos de violencia se multiplican en nuestra presencia y ante un «Estado anómico». El columnista del domingo que descalifica la autoridad hasta la saciedad en realidad evade la crítica y evita las preguntas que nacen desde el temor especialmente en tantos jóvenes.
J. Pablo II contracorriente decía «También es madurez el temor…y el temor es el comienzo de la sabiduría…ya no es un impulso de evasión». El temor como una grieta por el cual mirar y por el cual aprender…ya no es «evasión».
La experiencia del temor en agosto, el mes de la solidaridad, se vuelve una ocasión de mirar y aprender del camino de otros que no han apostado sus temores a la desconfianza y la violencia.
2.- ¿De dónde nace el ímpetu de la solidaridad?
Nace del temor y la belleza. Del temor como rendija por el cual mirar el propio deseo insobornable de justicia y de ver algo bello que deseo compartir y extender más allá de mis muros. Temor y belleza caminan juntos como motor de la solidaridad, también en los santos y en los profanos…por eso el paternalismo del Estado o la filantropía no pueden sustituir al hombre común, a la iniciativa solidaria de unos pocos que mueven las cercas de su autoconfinamiento. ¿Cómo es posible que en las experiencias más vulnerables puedan acontecer ríos de solidaridad?
El mes de agosto que recuerda al P. Hurtado representa al hombre común que busca en sus entrañas responder al dolor del otro haciéndose eco de su necesidad, dos dolores son más que una panza llena…compartiendo la propia experiencia hecha de temor y belleza …como una monja que se confina en una cárcel de mujeres para vivir con ellas el encierro del COVID, o el ímpetu de tantos centros de padres y comunitarios que han creado cientos de ollas comunes y comedores populares, colectas, donaciones silenciosas de emprendedores y trabajadores, un Monasterio famosos por sus mermeladas que las regalan a múltiples comedores populares desde el Monte a Puente Alto.
La agenda pública está dominada por dimensiones de políticas públicas que comprometen al Estado y a los equilibrios fiscales que son fundamentales para la reactivación responsable de este país; sin embargo, la pregunta y el testimonio de un ímpetu misionero de solidaridad de santos y profanos, es decir, del hombre común activo, sostiene no tanto la arquitectura sino los ladrillos de una nueva política silenciosa que hará que esas jóvenes que quieren abandonar su país descubran un gusto nuevo por el lugar que habitan, que quienes no quieran votar en el plebiscito lo piensen mejor, que quienes van detrás de su propio interés puedan descubrir su temor y belleza como el activo más duradero de una sociedad civil, más duradero que el poder.
Las astillas del temor y la belleza que nos atraviesan son el insumo predilecto de la esperanza que vive como ímpetu inclaudicable de una solidaridad que no se agota ni excluye a nadie, y que tampoco se deja reducir a ninguna ideología.