Estamos en semana Santa, la que será distinta a la de años anteriores, por la pandemia, la prohibición de celebraciones, la imposibilidad de verse, etc: por todo aquello que se escribe y se dice. Estamos más forzados – si es que así se puede decir – a enfrentar el núcleo de la pregunta y a decidir. ¿Creemos en Jesucristo, hijo de Dios, muerto y resucitado para salvar a la humanidad, liberándola del pecado y de su más tremenda consecuencia, la muerte? Y, si la respuesta es sí ¿por qué creemos?
Soren Kierkegaard, filósofo y teólogo (protestante) danés, quien vivió durante la primera mitad del 1800, afirma: “Que el cristianismo te haya sido anunciado significa que debes tomar una posición frente a Cristo. Él, o el hecho de que Él exista, o el hecho de que haya existido, es la decisión de toda la existencia”. Y Fedor Dostoevskij dice: “¿Un hombre culto, un europeo de nuestros días puede creer, realmente creer, en la divinidad del hijo de Dios, Jesucristo?”. Las religiones, todas, anuncian milagros, y también alguna resurrección por acá o por allá. Sin embargo, ninguna afirma que Dios se hizo hombre, que murió porque compartió el destino del hombre. Él resucitó porque es Dios y está misteriosamente presente hoy en la unidad de aquellos que lo siguen. “Si Cristo no resucitó la fe de ustedes es en vano”, dice san Paolo (1Cor 15,14).
Entonces la celebración de la Pascua cristiana no es solamente el grande y emocionante rito que narra una dramática historia humana documentada por algunos, con un valor simbólicamente positivo de confianza en la vida para la mayoría. No es solamente historia y tradición occidental. Es certeza de un presente vivo en la existencia de hombres y mujeres a quienes el nombre de Cristo cambió sus vidas. Gilbert Keith Chesterton observaba que una no pequeña razón para creer en la resurrección de Cristo es que sus secuaces fueron asesinados por dar testimonio de ella. Nosotros todavía podemos reconocer que hay quienes son asesinados por esto.
Luego están aquellos que viven por esto, de la pregunta y de la experiencia de eternidad. En tiempos duros de pandemia, el sufrimiento que se transforma en pregunta, la decisión de muchos, cristianos y no cristianos, hasta ponerse en riesgo a sí mismos, afirman y buscan un bien duradero, sin el cual el mundo sería absurdo. “Toda la vida pide la eternidad”, dice Povera voce, la primera canción de Comunión y liberación.
La resurrección de Cristo ha introducido en el mundo la eternidad y nos ha confiado su “propagación” y la esperanza a los hombres que se reúnen para seguirlo y verificar su promesa, combatiendo contra la distancia y la dispersión. ¡Increíble, pero sucede!
CDO Chile