“¿Que venga qué? La paz, la civilidad, el tiempo en que las plazas sean otra vez de todos, no de los demonios”.
Por Cristián Warnken
Columna publicada en el diario El Mercurio en Santiago de Chile.
“¡Que venga, que venga, que nadie la detenga!”, dice un niño apostado en una de las ventanas del emblemático edificio Turri, frente a la Plaza Baquedano. Es en la tarde… espera a alguien… o algo. Que lo vengan a buscar al departamento de su abuela, eso espera. Y la frase —que alguien le enseñó— es como un mantram. Mirar la ciudad desde la altura le produce vértigo y fascinación. Año 1966 o 67. ¿Cómo era Santiago entonces? El centro era para ese niño el “axis mundi”, y esa plaza —la Baquedano— el lugar de los cruces, el umbral de calles llenas de historia, los funcionarios públicos con sombrero, con el diario bajo el brazo (¿los últimos radicales?), los lustrabotas, las mujeres hermosas con sus brazos inolvidables (¿por qué se fijaba en los brazos?). Es el centro, el centro, donde vive su abuela poeta, Patricia Morgan. Ese es su seudónimo. Al departamento entran escritores, dramaturgos, escucha hablar del “Grupo Fuego” de la poesía… La poesía es el fuego… “¡Que venga, que venga, que nadie la detenga!”.
Ese niño era yo, y —después de tantas décadas— todavía estoy ahí, en la ventana del décimo piso, todavía miro desde la altura la ciudad, el centro mítico que años después recorrería, adolescente: la Fuente Alemana (qué grande y mitológica), y luego la estatua del dios Pan junto a la fuente de piedra —al comienzo del Parque Forestal— y los versos de Darío grabados en piedra, que me aprendí de memoria: “por eso ser sincero/ es ser potente/ de desnuda que está brilla la estrella/ el alma dice el agua de la fuente/ en la voz de cristal que fluye de ella…”. La infancia terminaría ahí, en esa linde del parque, y el centro sería el lugar de iniciación a una adolescencia que —con ímpetu— quería de verdad ser “sincera”. Y potente.
Ahora alguien me lleva del brazo en agosto de 1973, ondean banderas rojas alrededor mío, una multitud, pueblo, pueblo de verdad que corea consignas mágicas que reemplazarán el “que venga, que venga…”. Paso frente al edificio de mi abuela: miro hacia arriba, busco al niño que fui. Yo cambié. Y la ciudad también. Pero eso sigue siendo el centro. El centro del mundo. Las multitudes de ayer, de obreros y trabajadores, no quemaron, no devastaron entonces la plaza. No como los demonios de ahora (peores que los de Dostoievski). “¿Quiénes son, abuela, quiénes son ellos, por qué nadie los detiene?”. La abuela fantasmal mira con los ojos vacíos hacia el horizonte. “Que venga, que venga, que nadie la detenga”. ¿Que venga qué? ¿Qué viene después de la destrucción, de la ira sin límites, de la furia sin belleza, sin ética? Ahora mi abuela es la que me mira a los ojos y me pregunta: “¿quiénes son ellos, qué pasó todos estos años, cuéntame, niño mío, qué es esto?”.
Octubre 2020: camino por la plaza devastada. Como si hubiese ocurrido una guerra. Paso frente a la iglesia quemada, ya sin cúpula (yo la veía muy alta, era como nuestra Notre Dame)… mi abuela me llevó un día ahí a rezar… Yo no quería rezar, “abuela, llévame al teatro”. Olor a cenizas, sabor amargo en la boca, el corazón apretado. ¿Quién se apoderó de nuestra ciudad? “Esto es el espacio público”, nos decían los profesores: “Público”, “República”, “Centro” —palabras sagradas de nuestra infancia—. Le pido permiso a alguien para subir al piso de mi abuela. Quiero asomarme a la misma ventana… necesito repetir el mismo mantram: “Que venga, que venga, que nadie la detenga”. ¿Que venga qué? La paz, la civilidad, el tiempo en que las plazas sean otra vez de todos, no de los demonios.
Los demonios llegaron. Otra iglesia arde. Mi abuela se me aparece de nuevo y le pregunto a ella, que me enseñó que el fuego verdadero era el de la poesía, no el de los pirómanos: “¿Se irán alguna vez los demonios o nuestra ciudad ahora es de ellos para siempre?”. Cierro los ojos: miles de vecinos de la Plaza Baquedano repiten ahora a coro el mantram de mi infancia conmigo. Todos lloran. Es un clamor por el centro, el centro perdido, de donde salimos y adonde siempre regresaremos…