Alfonso López Quintás; sacerdote mercedario, es doctor en Filosofía, catedrático emérito de Estética de la Universidad Complutense de Madrid y académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En 1987 fundó la Escuela de Pensamiento y Creatividad. Alumno de Romano Guardini, ha sido su principal divulgador en español de su pensamiento y obra, especialmente a través de la traducción de sus obras. A decir del autor: «No basta vivir en una democracia para ser de verdad libres. Nuestra libertad se haya seriamente amenazada por los profesionales de la manipulación.
Ofrecemos la segunda parte de una selección del pensamiento del autor sobre este tema clave para entender lo que está ocurriendo en nuestros países, el intento de desmontar los pilares de la civilización occidental judeo-cristiana a través de la manipulación y donde el lenguaje se ha convertido en una herramienta eficaz para este propósito. (Nota del editor)
Los términos
El lenguaje crea palabras, y en cada época de la historia algunas de ellas se cargan de un prestigio especial de forma que nadie osa ponerlas en tela de juicio. Son palabras «talismán» que parecen condensar en sí todas las excelencias de la vida humana.
La palabra talismán de nuestra época es libertad . Una palabra talismán tiene el poder de prestigiar las palabras que se le avecinan y desprestigiar a las que se le oponen o parecen oponérsele. Hoy se da por supuesto -el manipulador nunca demuestra nada, da por supuesto lo que le conviene- que censura -todo tipo de censura- se opone siempre a libertad . En consecuencia, la palabra censura está actualmente desprestigiada. En cambio, las palabras independencia , autonomía, democracia, cogestión van unidas con la palabra libertad y quedan convertidas, por ello, en una especie de términos talismán por adherencia.
El manipulador saca amplio partido de este poder de los términos talismán. Sabe que, al introducirlos en un discurso, el pueblo queda intimidado, no ejerce su poder crítico, acepta ingenuamente lo que se le proponga. Si queremos ser de verdad libres interiormente, debemos perder el miedo al lenguaje manipulador y matizar el sentido de las palabras.
Todo esto se ve claramente cuando se reflexiona. Pero el demagogo, el tirano, el que desea conquistar el poder por la vía rápida de la manipulación opera con extrema celeridad para no dar tiempo a pensar y someter a reflexión detenida cada uno de los temas. Para ello no se detiene nunca a matizar los conceptos y justificar lo que afirma; lo da todo por consabido y lo expone con términos ambiguos, faltos de precisión.
Toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual . Un mago, un ilusionista hace trueques sorprendentes y al parecer «mágicos» porque realiza movimientos muy rápidos que el público no percibe.
Los planteamientos estratégicos
Con los términos del lenguaje se plantean las grandes cuestiones de la vida. Debemos tener máximo cuidado con los planteamientos. Si aceptas un planteamiento, vas a donde te lleven. Desde niños deberíamos estar acostumbrados a discernir cuándo un planteamiento es auténtico y cuándo es falso. En los últimos tiempos se están planteando mal, con el fin estratégico de dominar al pueblo, temas tan graves como el divorcio, el aborto, el amor humano, la eutanasia… Casi siempre se los plantea de forma sentimental , como si sólo se tratara de resolver problemas acuciantes de ciertas personas. Para conmover al pueblo, se aducen cifras exageradas de matrimonios rotos, de abortos clandestinos, realizados en condiciones infrahumanas… Tales cifras son un ardid del manipulador. El Dr. B. Nathanson, director de la mayor clínica abortista de Estados Unidos, manifestó que fue él y su equipo quienes inventaron la cifra de 800.000 abortos al año en su país. Y se sorprendían al ver que la opinión pública recogía el dato y lo propagaba con toda candidez. Hoy, convertido a la defensa de la vida, se siente avergonzado de tal fraude, y recomienda vivamente que no se acepten las cifras aducidas para apoyar ciertas campañas.
Los procedimientos estratégicos
Otra forma oblicua, sesgada, subrepticia, de vencer al pueblo sin preocuparse de convencerlo es la de repetir una vez y otra, a través de los medios de comunicación, ideas o imágenes cargadas de intención ideológica. No se entra en cuestión, no se demuestra nada, no se va al fondo de los problemas. Sencillamente se lanzan proclamas, se hacen afirmaciones contundentes, se propagan eslóganes a modo de sentencias cargadas de sabiduría. Este bombardeo diario configura la opinión pública, porque la gente acaba tomando lo que se afirma como lo que todos piensan , como aquello de que todos hablan , como lo que se lleva, lo actual , lo normal , lo que hace norma y se impone .
Actualmente, la fuerza del número es determinante, ya que lo decisivo se resuelve mediante el número de votos. El número es algo cuantitativo, no cualitativo. De ahí la tendencia a igualar a todos los ciudadanos, para que nadie tenga poder directivo de orden espiritual y la opinión pública pueda ser modelada impunemente por quienes dominan los medios de comunicación multitudinarios. Una de las metas del demagogo es anular, de una forma u otra, a quienes pueden descubrir sus trampas, sus trucos de ilusionista.
La redundancia desinformativa tiene un poder insospechado de crear opinión, hacer ambiente, fundar un clima propicio a toda clase de errores. Basta establecer un clima de superficialidad en el tratamiento de los temas básicos de la vida para hacer posible la difusión de todo tipo de falsedades. Según Anatole France, «una necedad repetida por muchas bocas no deja de ser una necedad». Ciertamente, mil mentiras no hacen una sola verdad. Pero una mentira o una media verdad repetida por un medio poderoso de comunicación se convierte en una verdad de hecho , incontrovertida; viene a constituir una «creencia», en el sentido orteguiano de algo intocable, de suelo en que se asienta la vida intelectual del hombre y que no cabe discutir sin exponerse al riesgo de quedar descalificado. A formar este tipo de «creencias» tiende la propaganda manipuladora con vistas a tener un control soterrado de la mente, la voluntad y el sentimiento de la mayoría.
El gran teórico de la comunicación MacLuhan acuñó la expresión de que «el medio es el mensaje»: no se dice algo porque sea verdad; se toma como verdad porque se dice. La televisión, la radio, la letra impresa, los espectáculos de diverso orden tienen un inmenso prestigio para quien los ve como una realidad prestigiosa que se impone desde un lugar para uno inaccesible. El que está al corriente de lo que pasa entre bastidores tiene algún poder de discernimiento. Pero el gran público permanece fuera de los centros que irradian los mensajes. Es insospechable el poder que implica la posibilidad de hacerse presente en los rincones más apartados y penetrar en los hogares y hablar a multitud de personas al oído, sin levantar la voz, de modo sugerente.