Charles de Foucauld, hombre solitario e inspirador de una espiritualidad de vasta repercusión en el siglo XX cristiano.
Charles de Foucauld murió asesinado el 1º de diciembre de 1916 en una remota aldea llamada Tamanrasset en la profundidad del desierto argelino. De Foucauld había decidido partir hacia el desierto sahariano quince años atrás para iniciar una experiencia inédita de evangelización de la población islamizada del desierto árabe. Primero estuvo en Beni-Abbés y luego en Tamanrasset en medio del pueblo tuareg del Hoggar argelino en la frontera marroquí (para estar cerca de Marruecos, donde había realizado trabajos de reconocimiento geográfico cuando joven que fueron reconocidos por las sociedades científicas de la época). Este hombre solitario que nunca pudo atraer hacia su ermita a ningún discípulo (a pesar de la perseverancia que puso hasta el final por construir una orden religiosa dedicada al Sagrado Corazón de Jesús) y que nunca convirtió a nadie (a pesar de haber sido reconocido como un morabito, una palabra musulmana que designa a una persona a la que se atribuye santidad) ha sido, sin embargo, inspirador de una espiritualidad de vasta repercusión en el siglo XX cristiano, sobre todo a través de lo que se conoce como espiritualidad de Nazaret y de la obra de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús que fundarían años más tarde el padre René Voillaume y la hermana Magdeleine Hutin respectivamente.
«Conozco tu miseria, las luchas y tribulaciones de tu alma, la debilidad y las dolencias de tu cuerpo; conozco tu cobardía, tus pecados y tus flaquezas. A pesar de todo te digo: dame tu corazón, ámame tal como eres.
Si para darme tu corazón esperas ser un ángel, nunca llegarás a amarme. Aún cuando caigas de nuevo, muchas veces en esas faltas que jamás quisieras cometer y seas un cobarde para practicar la virtud, no te consiento que me dejes de amar. Ámame tal como eres.
Ámame en todo momento cualquiera que sea la situación en que te encuentras, de fervor o sequedad, de fidelidad o de traición. Ámame tal como eres.
Déjate amar. Quiero tu corazón. En mis planes está moldearte, pero mientras eso llega, te amo tal como eres.
Y quiero que tú hagas lo mismo. Deseo ver tu corazón que se levanta desde lo profundo de tu miseria: amo en ti incluso tu debilidad. Me gusta el amor de los pobres, quiero que desde la indigencia se levante incesantemente este grito: Te amo, Señor. Lo que me importa es el canto de tu corazón. ¿Para qué necesito yo tu ciencia o tus talentos?
No te pido virtudes, y aún cuando yo te las diera, eres tan débil, que siempre se mezclaría en ellas un poco de amor propio. Pero no te preocupes por eso… preocúpate sólo de llenar con tu amor el momento presente.
Hoy me tienes a la puerta de tu corazón, como un mendigo, a mí que soy el Señor de los señores. Llamo a tu puerta y espero. Apresúrate a abrirme. No alejes tu miseria. Si conocieras plenamente la dimensión de tu indigencia, morirías de dolor. Una sola cosa podría herirme el corazón: ver que dudas y que te falta confianza.
Quiero que pienses en mí todas las horas del día y de la noche No quiero que realices ni siquiera la acción más insignificante por un motivo que no sea el amor. Cuando te toque sufrir yo te daré fuerzas. Tu me diste amor a mí. yo te haré amar a ti más de lo que hayas podido soñar. Pero recuerda solo esto: ámame tal como eres.»