Hola, los saludo a todos. Soy Massimo Recalcati y les hablo desde mi casa en Milán. Quisiera decirles algunas palabras sobre lo que está sucediendo hoy, a partir de un libro titulado “La peste” de Albert Camus. Muchos conocen este libro el que fue publicado inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial y cuenta las vicisitudes de una ciudad abrumada por una enfermedad mortal: la peste.
Me quiero detener solo sobre dos escenas de esta narración. Son las dos prédicas que el pastor de la ciudad realiza en la iglesia a su pueblo.
La primera prédica es una interpretación teológica de la peste que relaciona la violencia de la enfermedad con la venganza de Dios en contra de los hombres que se alejaron de él y se perdieron en el pecado. En esta primera prédica, el pastor interpreta la violencia de la peste como si fuera el látigo de Dios que golpea a los pecadores, como si fuera una manifestación de la Providencia de Dios, como diciendo “el mal nos golpea porque hemos caído en el mal”. Es una representación vengadora y cruel de Dios. En el texto, la iglesia estaba llena, el pueblo escucha al pastor y salen de ahí llevando en su corazón el temor hacia Dios.
Luego de esta prédica, la enfermedad se alarga y comienzan a morir muchas personas, entre ellos también niños y, entonces, este pastor sufre dramáticamente la muerte de un niño entre sus brazos. Es claro que la muerte del niño altera el teorema teológico de la primera prédica, porque si fuese realmente como ésta dice, es decir, si Dios castigase a los malvados a través de la peste, no debería castigar a los niños que son, en cambio, inocentes. Por lo tanto, el mal que golpea la inocencia del niño cambia el sistema teológico de la primera prédica.
Después de esta muerte el pastor vuelve, pero no vuelve sobre el púlpito, sino que vuelve caminando entre su gente; esta vez la iglesia estaba vacía. Su pueblo es diezmado por la enfermedad y su prédica tiene un tono totalmente diferente. Inicia afirmando que se ha equivocado: la peste no es un castigo de Dios, la peste no es el látigo de Dios, la peste no es la manifestación de la venganza sádica de Dios en contra de la perdición de los hombres. La peste no se puede explicar, el mal no se puede explicar, el mal no tiene sentido. Pero la tarea de los humanos, nuestra tarea es resistir el mal. ¿Y cómo se puede resistir el mal? En este punto, el pastor menciona a otra ciudad en otra época la que también había sido devastada por la peste. En esta ciudad había un monasterio y los monjes también debieron afrontar la peste. Algunos estaban espantados y querían abandonar la ciudad porque temían contagiarse. El prior toma la palabra y dice que no es necesario escapar de la peste y que el único modo de resistir la peste es saber quedarse. Esta es la palabra que quiero dejarles: la palabra que el prior da a sus monjes y que el pastor retoma en su segunda prédica. Los buenos son aquellos que saben quedarse, que saben quedarse cerca de quien sufre y de quien está abrumado por el mal. Es el mismo gesto que realiza Francesco al inicio de su conversión: los leprosos estaban fuera de la ciudad y Francesco muestra que la tarea del cristiano es estar cerca de quien está excluido, estar cerca de los últimos, estar cerca de quien sufre.
“Saber quedarse” es un nombre, quizás el nombre más importante de la cura. Y ahora también nos toca a nosotros, aunque si no estamos en “primera línea”, aunque si no usamos las mascarillas en nuestras casas, aunque si no tenemos algo que hacer directamente con la muerte y con el sufrimiento, pero quedándonos en casa estamos de algún modo cerca de quien sufre. Saber quedarse. Saber quedarse también unidos frente a la violencia del mal, esto es lo que hace humano al hombre y aquello que nos vuelve humanos hoy.