Por Susana Sendra Ramos
15 de abril de 2019, Lunes Santo, observo con el corazón encogido las llamas que devoran la bellísima Notre Dame de París, todo un símbolo y testigo de siglos de la fe del pueblo europeo. Sigo atenta la información, los numerosos comentarios que se difunden por redes sociales, medios, etc. Un poco más tarde, en una conversación con una amiga de toda la vida, me recuerda que este mismo día se cumplen veintinueve años de nuestro bautizo. Me emociono por la gratitud al pensar que es un momento para celebrar, pues desde entonces ambas formamos parte como hijas de este pueblo vivo que es la Iglesia y las dos somos testigos de que pertenecer a este cuerpo nos ha salvado de las llamas de distintos fuegos en nuestra vida.
Y es que lo que celebramos esta semana es esto. El fuego que destruye, la nube de oscuridad, el humo del sinsentido y la muerte quedan sepultados bajo las aguas, como el ejército del faraón en su persecución al pueblo de Israel liberado por Moisés de la esclavitud. Como ha quedado el fuego extinguido de la catedral rodeada de las aguas del Sena.
También esta Pascua podemos experimentar la liberación, de un modo más pleno que los israelitas con Moisés, pues por un amor desbordante y apasionado a ti y a mí, el Hijo de Dios que se hace hombre, sufre una cruenta pasión, desciende a lo profundo del seol y sube haciendo nuevas todas las cosas, rescatándonos de la muerte y ofreciéndonos la resurrección y la Vida. Es decir, haciendo posible que podamos estar, que podamos vivir con sentido y esperanza, que merezca la pena amar y dar la vida también en 2019, y todo porque Él lo ha hecho primero.
Esta novedad radical fue la que llevó a la construcción de una catedral como Notre Dame; generaciones que colaboraron quisieron poner de manifiesto que con Cristo era posible comenzar a vivir el cielo en la tierra, vivir con la luz de la Jerusalén Celeste.
Por eso es importante que celebremos el aniversario de nuestro primer sacramento. Por eso mi amiga tiene todo dispuesto para bautizar a su hija y yo estoy emocionada por ser la madrina de mi primera sobrina. Esta Pascua ambas serán sumergidas en las aguas bautismales, el agua que necesitamos en nuestro tiempo en llamas. Un baño que arrasa la soledad y el sinsentido y que deja manifiesto un amor sin límites a toda persona que puebla la tierra. Y es que, aunque desde Europa demos la espalda a este acontecimiento, en medio de la devastación, tal y como vemos en la imagen que ha circulado tras la apertura de las puertas de Notre Dame, la cruz levantada, radiante e intacta brilla mostrando el Amor que colma el deseo de parisinos, chinos, africanos y todos los habitantes del mundo.
¿Podemos afirmar entonces que estos días ponen de manifiesto el cambio del curso de la historia, que llega la respuesta ansiada por generaciones y generaciones a los grandes interrogantes humanos sobre el profundo deseo de amor, de sentido, de verdad, de libertad, de eternidad? Si la respuesta a esta incógnita es afirmativa, solo cabe la fiesta.