por Sergio Melitón Carrasco Álvarez Ph.D.
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El templo como se concibe en Occidente, nació en la región del Mediterráneo, cuando se mezclaron influencias del Cercano Oriente y Egipto que maduraron en la zona del Egeo, en Etruria (Italia), y alcanzaron su cenit en Grecia y Roma. Mas, fueron los ancestros de griegos y latinos quienes trajeron desde su tierra original, allende del Cáucaso y sus planicies, su propio concepto mágico-cósmico de templo.
Templum, en la Antigua Roma, era un cuadro marcado en el suelo por un augur (quien percibe augurios), adentro del cual se celebraba un ritual. El templum se “recortaba” o extraía del espacio silvestre, marcando su límite con piedras (más tarde con muros). Lo así demarcado era un lugar sacro (escogido). Lo mismo sucedió en los inicios de Grecia, al fijar en el suelo un temenos (un recorte) del cosmos inmenso. En Roma todo aquello que debía ser solemne se realizaba dentro del recinto de un templum. La Curia o Senado debía reunirse al interior de un templum, de otro modo sus dictámenes no tenían valor ni legalidad. Templum era el trazado en el suelo de los movimientos de los astros (auguraculum) y de los puntos cardinales; y ahí, en el medio del eje solar se situaba el altar.
Parientes de helenos y latinos, son los aryans (“arios”) que ingresaron a Irán e India y llevaron idénticas ideas, e instalaron los mismos cuadros o espacios extraídos del cosmos para realizar sus sacrificios. Pero, en India, la exactitud fue obsesión. En la literatura Védica hay varios libros dedicados sólo a este tema: cómo se ha de trazar en el suelo el cosmos magnífico para que los dioses desciendan y se acomoden en la Tierra, como si estuviesen en el Cielo. Al medio, en un sitio rigurosamente establecido, se instalaba el altar (donde se preparaba la comida divina). Muros y estructura, al inicio simbólicos, se transformaron en compleja y elaborada construcción. Desde la inmigración de los arios había sucedido un mestizaje cultural muy intenso con la civilización local, más antigua y con tradición urbana organizada. Entonces, para evitar roces, la nueva elite dominante (los brahmanes) instalaron los sitios de ceremonial en las márgenes de los poblados. Los templos –que en India se llaman mandir, fueron recintos apartados de la vida cotidiana, siempre bulliciosa y terrenal. Esa secuencia está muy bien estudiada y explicada por Stella Kramrisch, en su monumental obra The Hindu Temple; Motilal Banarsidass, Delhi, 1976. Por otra parte, con el paso del tiempo se produjo la asociación entre poder religioso y poder político. Los gobernantes se preciaban de ser fundadores y protectores de templos. Los reyes financiaban su construcción y mantención, esperando a cambio recibir bendiciones divinas. Los mandir se hicieron más grandes, fastuosos, intrincados y profusamente decorados. Cada dinastía realizó fundaciones piadosas, algunas tan sorprendentes, que sólo hoy con tecnología espacial se han podido ver las proporciones, geometría y despliegue arquitectónico, como sucede con la fabulosa ciudad de Angkor, en Cambodia (de factura y diseño de pura cepa hindú).
Habiendo establecido que los primeros templos de India tienen un origen en la misma idea del templum greco-romano, hemos de subrayar que su función también era la misma: el ritual. Y la finalidad: el manejo del orden cósmico. Pero India, dijimos, traía diez mil años de andadura cultural previa. Luego, se sumó al templo ario ya descrito un elemento local: el Yoga. Yoga es la unión del ser humano con la realidad última a la que pertenece. Yoga es el proceso de encuentro del alma (ser) consciente personal e individual, con el Ser impersonal, Único, e infinitamente inteligente (equivalente al Logos griego). Y si bien el desarrollo del Yoga tenía miles de años, alcanzó su cenit en paralelo al ritualismo brahmánico que construía templos y realizaba sacrificios a las divinidades.
Si un templo es un espejo del Cielo porque posee equivalentes proporciones; si se facturó imitando el despliegue de inteligencia y dinámica universal… ¿porqué no podría haber una relación entre templum, o mandir, y el cuerpo humano? Esa consideración se pensó y elaboró en la más selecta y ortodoxa tradición filosófica de India, las llamadas “Siete escuelas” (Saḍdarśanas), cada una de sorprendente fineza y sabiduría. Todas confluyen en varios pensadores que declaran al ser humano el más grandioso y perfecto templo, un artilugio creado por la Naturaleza para alojar al Espíritu divino para gloria y gozo de sí; pues, el Ser eterno se hace humano con el fin de hallarse a sí mismo en la creación y realizar el propósito de toda la existencia.
Hoy, el templo hindú –extendido por toda Asia, se parece a los antiguos; sigue los patrones tanto en su externalidad como en lo que guarece. Por eso no son amplios como para albergar una muchedumbre sino son monumentos que acogen al devoto de manera individual. Desde la entrada, se llega por un pasillo estrecho al sancto santorum, de reducido tamaño, que contiene la estatua o símbolo de la deidad. Pero, quién sabe, sabe, que ese monumento de piedra es en ese instante él mismo, que en su más profundo y secreto interior tiene sentado, extático, al Señor…que podrá ser Śiva o Vişņu; qué más da el nombre. Él es quién acoge cuando, soltada el alma al vacío, cae por el abismo que conecta la pequeña vida personal con la Eternidad.
Escribo este breve documento, y es Cuaresma, justo cuando el Mesías justamente dijo: “Destruyan este templo, y lo reedificaré en tres días”.