Por: Álvaro Abellán-García Barrio
De aquí al 6 de enero nuestra gastada tradición nos invita a celebrar la natividad de un Dios que se hace niño y viene hasta nosotros sin razones, sin permiso, sin explicaciones. Porque sí. Porque le da la gana. Por nosotros. Se hace “presente” en nuestro mundo, dispuesto a padecer lo que padecemos nosotros, dispuesto a morir por nosotros. El es Rey y por eso los sabios de Oriente le llevan regalos. Por él y su bautismo todos somos reyes de otro mundo y por eso todavía hoy los sabios de oriente vienen de otro mundo y nos traen regalos cada 5 de enero. Es esta una tradición malherida… pero no muerta. Por esta tradición aún intuimos, aunque no sepamos decir por qué, que regalar es gratis. Que está mal cuando no es gratis. Y, sin embargo, que hay que regalar.
Regalar por miedo, por presión social, por El Corte Inglés… eso es lo arcaico, que gana hoy terreno entre nosotros. Regalar igualmente pero movidos por el amor y el agradecimiento a un rey que nos hizo reyes. Regalar como reyes a otros reyes, celebrando la venida del Rey de reyes. Eso es lo nuevo, desde hace unos 2000 años.