por Javier Aparicio / en Democresía
La actitud de Jesús de Nazaret hacia las mujeres marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. Y es que, como decía el filósofo agnóstico Benedetto Croce, “el cristianismo ha sido la revolución más grande que la humanidad haya hecho jamás”. Es más, se podría decir que ninguno de los apasionados debates contemporáneos sobre los derechos de las mujeres, se pueden entender sin este punto de inicio, el del acontecimiento cristiano. En este breve, ligero y polémico ensayo Jesús y las mujeres el prior italiano Enzo Bianchi (1943- ) analiza a través de los Evangelios canónicos la novedosa relación de Jesús con las mujeres, su papel en las comunidades cristianas y su proceso de involución en la práctica eclesial y cristiana respecto a los orígenes.
En todas las épocas y lugares del mundo el camino hacia la emancipación de la mujer no ha sido fácil. En el caso concreto del mundo antiguo grecorromano y judío, los dos grandes ejes culturales de la época de Jesús de Nazaret, la mujer, como norma general, no tenía ninguna relevancia política, religiosa, económica o social. Su papel estaba relegado al hogar. Según Enzo Bianchi todo judío devoto recitaba la siguiente oración: “Bendito seas, Señor, porque no me has creado pagano, ni me has hecho mujer ni ignorante”. Por ello resulta muy llamativo e incluso escandaloso que en el contexto histórico de la Palestina del siglo I, un rabino como Jesús acogiera a todas las mujeres que se acercaban a él, desde samaritanas a prostitutas, y que incluso tuviera discípulas que le seguían a todas partes, y que no le abandonaron en los peores momentos de su vida, ni siquiera en la crucifixión. Se dice que también fueron ellas las primeras en anunciar a los discípulos la resurrección del propio Jesús.
Pero los gestos de Jesús, sus palabras y su afecto hacia las mujeres van mucho más allá. En los Evangelios, especialmente en el de Juan, donde la personalidad de las figuras femeninas se despliega con enorme fuerza y donde abundan los diálogos con Jesús, existen varios pasajes sorprendentes. Quizá uno de los más llamativos sea el de la mujer adúltera, a la que presentan ante Jesús para lapidarla según establecía la ley. El nazareno, tras despedir a los acusadores la levanta del suelo y cara a cara le dice: “Yo tampoco te condeno; vete, y desde ahora no peques más” (Jn, 8-11). Resulta provocador que Jesús tampoco “condene a esos injustos acusadores de la mujer” asegura Enzo Bianchi. En esta escena evangélica Jesús revoluciona la manera de concebir la moral, dinamitando cualquier moralismo: cada día existe la posibilidad de volver a empezar.
En el pasaje del diálogo en el pozo con la mujer samaritana, Jesús se acerca y entabla conversación con una mujer que además pertenecía a un pueblo considerado herético e infiel para los judíos. Una actitud que descolocó incluso a los propios discípulos. La conversación evangélica pone de manifiesto la insaciabilidad del corazón del ser humano. Y es que como decía el poeta catalán Jacint Verdaguer: “El corazón del hombre es un mar, todo el universo no lo llenaría”. Jesús le dice a la mujer samaritana que él es agua verdadera para el corazón. Y se presenta ante ella como el Salvador, como el Mesías esperado por el pueblo de Israel: “Soy yo, el que está hablando contigo”. La fórmula “Egó Eimi” (Soy yo) tiene una importancia vital, porque hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, concretamente en el pasaje en el que Dios, el Misterio, revela su Nombre a Moisés: “Yo soy el que soy”. La samaritana, asegura Enzo Bianchi, pasa así de ser “despreciada y marginada a ser testimonio del Salvador del mundo, primera apóstol de Samaria”.
Tampoco podemos olvidar a una de las figuras femeninas más llamativas de los Evangelios: María Magdalena. Esta mujer fue la primera en ver a Jesús resucitado, como aparece en el Evangelio de Juan, mientras lloraba desconsoladamente ante el sepulcro vacío. Además también fue la primera en dar la noticia a unos apóstoles incrédulos y derrotados… “¡He visto al Señor!”. La santa de Magdala ostenta el título de “apóstol de los apóstoles” en la Iglesia católica romana y el título de “isoapóstol” o “igual a los apóstoles” en la Iglesia ortodoxa. Según nos cuenta Orígenes, en su polémica con el filósofo pagano Celso, este último reprochaba a la fe cristiana sostenerse en la palabra de las mujeres.
En definitiva, en la lucha por la emancipación de la mujer, hay un antes y un después tras la figura de Jesús de Nazaret. Decía Pablo de Tarso que después de Jesús “ya no existe ni judío ni griego, ya no hay ni esclavo ni libre, ya no hay varón ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Esta es la gran revolución introducida por el cristianismo en la historia de la humanidad, derribar los grandes muros divisorios del mundo antiguo: la raza, la clase social y el sexo.
Sin embargo, es verdad que no todo está acabado en lo que respecta a la lucha por los derechos y la dignidad de la mujer. Tampoco su papel en la Iglesia. Dice Enzo Bianchi que “la endoculturación del evangelio en el mundo helénico y la pesada herencia del judaísmo fariseo (…) prevalecieron de hecho sobre las palabras y la actitud de Jesús frente a las mujeres”. El silencio generalizado en torno a la mujer que recorre la historia de la humanidad así lo demuestra. Bianchi lo ve claro:
“Sería necesario que la Iglesia, las iglesias, sin miedo volvieran simplemente a inspirarse en las palabras y en la conducta de Jesús respecto a las mujeres, asumiendo los pensamientos, sentimientos y actitudes tan humanos y, al mismo tiempo, decisivos para conformar la comunidad cristiana y las relaciones entre hombres y mujeres, que son ya una sola cosa en Cristo Jesús”.
Como asegura el autor, ni la maternidad ni la paternidad son la única y exclusiva aportación que podemos realizar los seres humanos a la historia. Lo decisivo para el escritor italiano es la relación, la amistad, la escucha de Aquél que como decía Agustín de Hipona “se humanó en forma de varón naciendo de mujer para que ningún sexo se creyera preferido por el Creador”.