“Una vida escondida” cuenta la vida del beato Franz Jägerstätter y ha recibido el premio del jurado ecuménico en el conocido festival de Cannes
Hablamos en ‘El Espejo’ de una película sobre un beato austríaco de la época del nazismo, que empieza con buen pie su recorrido en las pantallas
El director de cine Terrence Malick, que ya ganó en 2011 el Gran Premio del festival de cine de Cannes con El árbol de la vida, ha ganado ahora el premio del Jurado ecuménico del festival, con su película sobre el beato Franz Jägerstätter, un campesino que murió mártir de la fe en 1943 porque se negó a jurar fidelidad a Hitler debido a su condición de católico.
Al otorgarle el premio, el Jurado ha explicado que la historia de Franz Jägerstätter, que con el apoyo de su esposa Fani rechaza prometer lealtad a Hitler, presenta un «profundo dilema humano y explora los complejos retos de la integridad de la persona frente al gran mal”. Diversos críticos han reconocido que esta película, titulada “Una vida escondida”, es una monumental lección de cine en la que destaca el uso prodigioso de la cámara y el gusto de la fotografía.
La película está basada en la correspondencia que se conserva entre el protagonista y su esposa, Franziska, que tuvo la alegría de asistir junto a sus cuatro hijas a la beatificación en 2007. Tras ser llamado a filas, Franz fue fraguando la idea de renunciar, porque pensaba que como católico no podía ponerse al servicio del más peligroso poder anticristiano que ha existido jamás, y en 1943 presenta su objeción de conciencia, consciente de que ello le acarrearía la muerte.
En sus últimas cartas, recuerda que sólo desea ser fiel a la voluntad de Dios y pide a su mujer que sea fuerte, que ayudar a los pobres, y a hacer de madre y padre para sus hijas. En 2007, fue beatificado en la catedral de Linz, y ahora muchos podremos conocer su impresionante historia a través de esta película de Malick, que ya está siendo saludada por la crítica.
¿Quién era Franz Jägerstätter?
Franz Jägerstätter nació el 20 de mayo de 1907 en la aldea de St. Radegung, Austria, a pocos kilómetros de la frontera con Baviera. Durante su adolescencia y su juventud se distinguió por su alegría y vitalidad. A pesar de las tentaciones propias de su edad, permaneció siempre firmemente arraigado en los principios de la fe. Rezaba todos los días y recibía con frecuencia los sacramentos.
En 1931 su padre, propietario de una granja, enfermó gravemente, y Franz se vio obligado a ocuparse de ella para mantener a la familia. En 1936 contrajo matrimonio con Franziska Schwaniger. Tuvieron tres hijas: Rosalía, María y Luisa. Los esposos eran católicos practicantes, profundamente devotos y recibían diariamente la sagrada Comunión.
Llamado a cumplir el servicio militar en 1943, en pleno conflicto mundial, declaró que como cristiano no podía servir a la ideología nazi y combatir una guerra injusta. Su vida y su elección reflejaban su radicalismo evangélico, que no admitía réplicas, sino que provocaba e interpelaba. El padre José Karobath, su párroco, tras una conversación con él pocos días antes de que lo reclutaran, escribió: «Me ha dejado sin palabras, porque tenía las argumentaciones mejores. Queríamos que desistiera, pero se imponía siempre citando las Escrituras». En el siervo de Dios se reflejaba su serenidad sufrida y su adhesión al significado pleno del mensaje evangélico: en él la coherencia era una señal distintiva, no por prejuicios ideológicos o por un pacifismo abstracto, sino porque manifestaba con sencillez y firmeza su fidelidad a los valores en los que creía.
Ante el terror nazi, ante la oscuridad de las conciencias y el consiguiente olvido de Dios, Franz elevó su voz sin alardes, pero con gran valor, para defender a la Iglesia de la furia anticlerical y para anunciar con su ejemplo el amor al prójimo, hermano en Cristo y no un enemigo contra el cual combatir.
A este propósito, son clarificadoras las palabras del cardenal Christoph Schönborn, o.p., arzobispo de Viena: «Considerar el martirio como una participación en el combate escatológico contra las fuerzas del poder no era simplemente una fantasía delirante de la Iglesia de los orígenes. Una figura tan límpida como la del mártir Franz Jägerstätter, campesino de Austria, nos permite comprender cuán actual es esta concepción. Su testimonio franco, que lo llevó a rechazar el servicio militar en el ejército del Reich de Hitler, desvela las fuerzas que aquí luchan entre sí».
Franz fue procesado por insumisión por un tribunal militar reunido en Berlín, que el 6 de julio de 1943 lo condenó a muerte. Permaneció detenido desde marzo hasta mayo de 1943 en la prisión militar de Linz; desde allí fue trasladado a una cárcel en Brandeburgo, en espera de la ejecución de la sentencia. Quienes compartieron con él aquellos meses testimoniaron que soportó las pruebas con infinita paciencia, en particular el profundo dolor de la despedida de su esposa y de sus hijas. A su esposa envió una serie de cartas, en las que destaca continuamente su entrañable e inquebrantable amor a la familia, a la Iglesia y a Dios, así como su petición de perdón por todos los sufrimientos que podía haber ocasionado con su decisión de oponerse a la guerra.
El 9 de agosto de 1943, poco antes de ser guillotinado, el p. Jochmann le administró los últimos sacramentos y le preguntó si necesitaba algo. El siervo de Dios le respondió con gran entereza: «Tengo todo, tengo las sagradas Escrituras, no necesito nada».
Martirologio Romano: En Brandeburgo, Alemania, beato Francisco Jägerstätter, campesino austríaco mártir, que murió guillotinado por negarse, en obediencia al Evangelio, a servir militarmente a un régimen contrario a la dignidad humana († 1943)
Fecha de beatificación: 26 de octubre de 2007 por el Papa Benedicto XVI